domingo, 12 de diciembre de 2010

Me acosté en tu espalda, mojada por el sudor frío de largas noches de escalofríos, me revolqué con tu sombra y desperté con las luces de la madrugada.
Lágrimas que se evaporan a cada paso, vientos que me empujan y me llevan, sol que refleja mi mirada en el agua, limpia y clara, en ella el reflejo lo dice todo.
Me acostumbré rápido a tener y no a ser, vencí en la pequeña derrota que suponía la huída, mire al infinito y nunca dije no, crucé calles, puentes, autovías y hasta océanos.
 Las heridas invisibles se curan, o al menos eso pienso, los golpes te ayudan a impulsarte en el siguiente salto hacía la nada.
Quieres ver en otros ojos, creer en los colores de la vida, apostar, arriesgar, soñar y volar, respirar bajo el agua, explotar.
Pero el miedo... te corta las alas, te quema los ojos, te encierra, te moja las mejillas cada noche, te dice sí, no, quizás, te guía sin querer...
Luchar siempre para no verte otra vez vencida conlleva consecuencias, pero, es la única forma de que la coraza resista.